Hace pocos días tuve la fortuna de estar en un desayuno con personas muy especiales; de esas personas que siempre están “arreglando el mundo” y que abordan temas de alta trascendencia y profundidad. De uno de los comensales escuché que una de las más grandes empresas de Latinoamérica había emitido una campaña llamando a sus colaboradores a expresarse; a expresar lo que no estaban de acuerdo, a dar ideas sin preocupación a ser expuestos o a recibir bullying por parte de sus pares o de sus jefes. También a comunicar los puntos de oportunidad en la cultura organizacional, en su propio jefe o hasta en el fundador de su organización.
Muchos tildarían esto como una locura, ya que se antoja, ante esta permisión, que todo el mundo se dedicaría a hacer innumerables reclamos tanto como ideas que no lleven a la construcción de algo o simplemente a perder el tiempo.
La construcción de nuestra cultura laboral lamentablemente sigue representando en muchos casos, la valoración sólo de las horas que una persona pasa frente a la computadora o sentada en su escritorio “trabajando”.
Aunque en realidad, independientemente de la cantidad de horas que dicha persona pase sentada frente a su herramienta de trabajo, no garantice que realmente esta trabajando y todavía menos, que está capitalizando su talento para la empresa.
Considero que es muy valiente quien se atreve a reconocer, encomiar, recompensar el diligente desempeño de los colaboradores; y todavía más inspirador, quien decide erradicar sanciones estrictas y duras aquellos intentos de innovación, creatividad, nuevos modelos y formas, ideas (aunque no tengan todos los fundamentos aún), que seguro al darles libertad y aplaudirlas, derivarán en: nuevas organizaciones, colaboradores más plenos y felices, mucho mejores utilidades, así como evolución y potenciación de la forma virtuosa en que se podría hacer negocios colaborativos en el mundo.
Bienvenidos aquellos que se atreven a adoptar para su empresa, casa y familia, la cultura: “Sin miedo a regarla”.