Desde 1796 con la muerte de Catalina II, Rusia no ha tenido un gobernante que supere los 30 años en el poder, ni Alejandro I famoso por derrotar a Napoleón con sus tácticas de tierra quemada, ni el todopoderoso Iosif Stalin durante la era soviética. Ello además pareciese imposible en pleno Siglo XXI donde la democracia es la forma de gobierno por excelencia, ¿no es así?
Y sin embargo, Vladimir Putin está en camino a ello. Este domingo el mandatario ruso obtuvo una aplastante pero nada sorpresiva victoria en las elecciones presidenciales de ese país con el 88% de los votos, sin ningún verdadero antagonista, ya que el líder opositor Aleksei Navalni fue encarcelado y murió el mes pasado en circunstancias sin esclarecer.
Con este triunfo en las urnas, Putin asegura prolongar su mandato, mismo que inició en el ya lejano 1999, hasta el 2030 con posibilidades de extenderlo a 2036.
El exagente de la KGB ha logrado imponer su voluntad en el país más extenso del globo con diversas maniobras de tal modo que la revista Forbes lo llegó a nombrar el hombre más poderoso del planeta, por su capacidad de “hacer lo que quiera sin repercusión alguna”.
A sus amigos y cercanos los ha premiado con cargos clave en el gobierno y poniendolos al frente de empresas públicas, todo sobre un manto de impunidad que les ha asegurado su lealtad.
A sus adversarios, les ha tocado sortear la técnica de la zanahoria y el garrote. Quienes se doblan ante el obtienen algunas bondades de su parte, quienes se mantienen en pie de lucha tienen tres caminos, la cárcel, el exilio o la muerte.
Aún así la popularidad de Putin entre la población es innegable, pues basa su discurso en recuperar la grandeza dela Rusia Imperial y la Rusia Soviética tocando las fibras sensibles de sus gobernados.
Ese mismo discurso que moldea su política exterior es el que hoy tiene al mundo pendiendo de un hilo con la guerra que inició frente a Ucrania hace poco más de dos años.
Esa guerra que aunque se escuche poco en esta región podría ser un punto y aparte en la historia de la humanidad. No solo son dos países frente a frente, son dos visiones de mundo que se vuelven a ver las caras tras la caída del Muro de Berlín.
Una victoria del bando ruso pondrá en jaque a Occidente y sus valores que predominan hoy en día, al no ser capaces de derrotar en una guerra a los modelos autoritarios pseudodemócratas que ya aventajan en cuestión tecnológica, económica y demográfica, encarnados en China, India y la propia Rusia. Más aún, podría dar pie al surgimiento de otros conflictos del mismo corte.
Es claro que Putin, el Zar del Siglo XXI, no dejará el poder mientras viva, amparado en una democracia ficticia, será importante que las potencias occidentales le pongan un freno antes de llegar a Kiev.
Abner Reyna Salas
Maestro en Economía Política Internacional
Miembro del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales