Para Carlos de Laborde y Ricardo Salas
La exposición de Alan Glass que podrá verse en el Museo del Palacio de Bellas Artes hasta febrero próximo es, sin duda, el acontecimiento per se para celebrar en México el aniversario más relevante del mundo del arte en 2024: el Centenario del Surrealismo.
El plus de la muestra son nada más y nada menos que los dibujos que miró-tocó-exhibió André Breton en su galería “El baldío de al lado” en 1958, en París, mismos que también aprecio Benjamin Perét y entre los que eligió-adquirió el suyo Roberto Matta.
Un mimo chileno escribió la presentación: Alejandro Jodorowsky. Al opening acudió el poeta André Pieyre de Mandiargues, quien una década después apadrinaría a Francisco Toledo por allá con un texto. Nunca más se volvieron a exhibir esos papeles; es decir, hasta ahora, luego de 66 años.
Se trata de tintas sobre papel realizadas con el instrumento de moda: el bolígrafo desechable, llamado entonces pluma atómica, y en la actualidad conocido las más de las veces por la marca comercial que lo popularizo: Bic.
El resultado es un exquisito laberinto de líneas azules, moradas, rojas y verdes que mucho se parecen a los tatuajes que hombres y mujeres lucen en sus cuerpos en la actualidad, pero que entonces realizo en sus ratos libres un joven y apuesto cadenero de un antro en la Francia de la postguerra.
Son 30 dibujos automatistas que, vistos a la distancia, ya contienen la iconografía que caracteriza el trabajo posterior del autor, misma que continuará refinando tanto en sus cajas-ensamblajes-universos como en obras sobre papel; es decir, en bocetos y gráficas.
En esas obras tempranas no todas son tintas, algunas son técnicas mixtas que incluyen acuarela y lápices de color, y hay un potencial delirio imaginativo que el artista llevará a la cima luego en los objetos encontrados con los que su genialidad y erudición seduce y maravilla.
La historia que ocultó durante el lapso citado dichas obras es surrealismo puro: al dejar París en su tercer viaje con destino definitivo a México en los años 70 del siglo pasado, el artista los deja-pone al cuidado de una amiga y compatriota suya; con el paso de los años la amistad entre ellos se deteriora y la mujer retorna a su país nativo. Cuando el autor solicita los dibujos, la dama ofendida responde con ira y despecho: los arrojé al fuego.
Alan Glass (Montreal, 1932-Cdmx, 2021), dijo siempre que él nació surrealista, lo que sin duda determinó su estancia permanente en nuestro país.
Emprendió una batalla legal para recuperar su obra, pero no sólo perdió el juicio, sino que lo distanció de amistades como Sheila Hicks, en cuya casa de Taxco pasó una breve temporada en su primer viaje a México. El pleito legal se hizo público en el catálogo de su exposición “Zurcidos invisibles”, que realizó el Museo de Arte Moderno en 2008-09. La publicación incluye la extraordinaria y reveladora investigación que durante décadas llevó a cabo Masayo Nonaka sobre el artista y su obra.
Pero la dama canadiense no quiso pasar a la historia como la mala de las amigas de Alan Glass y no cumplió sus crueles e hirientes palabras ya que, tras su muerte, llegó a Tabasco 35 una carta de sus herederos que le informaban al artista la existencia, entre los bienes recibidos, de una caja con una leyenda: Entregar a Alan Glass.
Allí estaban los dibujos tal y como el autor los había dejado-entregado para su cuidado y salvaguarda. Y la historia se cuenta-recoge ahora en un bello, ilustrado y lujoso volumen, diseñado por Ricardo Salas, que se presentó en diciembre pasado en Bellas Artes.
El cumplimiento de su voluntad póstuma le aseguró a la mujer un lugar en la lista de damas cercanas a los afectos de Glass. Un listado que incluye artistas, galeristas y coleccionistas.
Leonora Carrington, Kati Horna y Bridgte Tichenor entre las primeras. Teresa Pecaninis y Malú Block entre las segundas. Y María Luisa Elio, Collete Urbajtel y Neda Anhalt entre las terceras.
Mención aparte ocupan Madame Barrera, su casera española en París; Irina Bouchon, la musa de Brancusi para El sueño, quien lo visitó en su cuarto mexicano en una azotea de la Ciudad Luz; y la poeta Alejandra Pizarnik, quien le dedicó dos odas. Seguro que es una lista más larga, que incluye muchos nombres más.
El aura que rodea a esos dibujos bastaba para celebrar en México los 100 años del movimiento que, a decir de Octavio Paz, es el que más ha influido en las artes del Siglo XX y sin duda en lo que va del actual, como lo demuestran las importantes colectivas que se han organizado en el mundo en los años recientes.
La muestra en Bellas Artes incluye cajas, esculturas, objetos, técnicas mixtas y obra en papel única. Hay también un video, autoría de Manuela de Laborde, que introduce literalmente al visitante en la Cámara de Maravillas que habitó Alan Glass en la Colonia Roma, es decir la casa-estudio que ya antes habían mostrado el fotógrafo Pablo Ortiz Monasterio y el cineasta Tufic Makhlouf.
En la primera y segunda salas de la exposición se presentan dos cajas que parecen aludir a las palabras de Breton cuando se refiere a los “objetos engendrados por sueños que representan el deseo puro en forma concreta”.
En el primer caso es por la obra con la leyenda “Viva México”, titulada ”Zigurat polar”, de 1991, en donde una lluvia seminal -que no nevada- cae cual tormenta sobre la morada de los dioses, en la pieza aludida: Eros.
En la otra obra, una pieza pequeña con un telón o cortina blanca que deja ver un delicado collage realizado con copias Xerox en blanco y negro, su título en traducción del francés es más acertado que intentar describirla-interpretarla: “Que se avergüence el que mal haya pensado, la alegría de la vida en un manto de felicidad”.
Se incluye también en la primera galería un objeto encontrado que el artista transforma en el nido al que todo pájaro quiere arribar para su descanso: el sombrero de un huichol.
Antes de entrar en la tercera galería están las obras inspiradas en Caspar David Friedrich y los excrementos en bronce de Vicenta, la vaca del vecino del artista en Villa del Carbón y mamífero que ocupa un lugar destacado en la temática de su iconografía.
Ya en la sala tres se exhiben sus homenajes a la realeza europea y “Tsunami” de 2019, una obra que es un reconocimiento a uno de los artistas-vendedores del mercado-tianguis de chácharas de Cuauhtémoc: Petrus Sánchez, quien falleció en 2022.
La caja incluye una muestra excepcional de su trabajo como dorador, donde ocupa-tiene un lugar destacado el altar de la Catedral de Zacatecas. Triste que se omita su nombre. Se presenta también su visión del mundo paralizado por el COVID que, en su caso particular, canceló-impidió una muestra individual en el Reino Unido.
También hay piezas realizadas en color azul con una exquisita y delicada sensibilidad que en la actualidad -como ese color desapareció- ya no se hacen más, ni el material ni obras con esa delicadeza tan sutil.
En la última sala se muestran obras en papel y objetos, entre lo primero unas enormes y minuciosas acuarelas y entre lo segundo; al centro de la galería una especie de seto con flores que forman artefactos que hace un siglo se utilizaban en las escuelas como herramientas educativas pero que hoy, tal y como se exhiben, parecen ser la inspiración de muchos artistas japoneses.
Al abandonar la galería se percibe el guiño que la museografía hace a la casa-taller del artista; un cuadro de 2011, “La perla fina”, colocado arriba de la puerta lo demuestra. Es precisamente en el excesivo intento por reproducir-recrear los gabinetes de curiosidades del artista en donde la museografía resta importancia a las obras seleccionadas por Abigail Susilk, Kristoffer Noheden, Xavier de la Riva y Joshua Sánchez para la exposición que próximamente viajara a Canadá. ¿Cuál habría sido el resultado si cada comisario se hubiese encargado de una sola galería?
Desde luego que en “Sorprendente Hallazgo”, título de la muestra, hay mucho más que lo ya mencionado pero se extraña ese espíritu surrealista, es decir, provocativo, de búsqueda, de experimentación que distingue y caracteriza siempre el trabajo de Alan Glass, por ejemplo las fotocopias intervenidas de obras de otros autores como el ya citado Friedrich y sus “Dos caballeros frente al mar” de 1817.
En la cita-glosa-homenaje-versión que hace el canadiense-mexicano, él parece interesarse más por las relaciones entre personas del mismo sexo en vez de contraponer al hombre ante la naturaleza como el romántico alemán. O quizás ¿tanto los modelos como los artistas están hablando de lo mismo?
Esa obra ausente recuerda una conocida fotografía tomada en la ex Hacienda de San Juan Bautista de Taxco durante la primera estancia en México del artista en 1961-62, vino seducido por una calavera de azúcar que perteneció a André Breton y que vio en la casa de su hija: Aube Elléouët Breton.
En la foto, en blanco y negro, aparecen dos hombres de pie en un balcón y tiene ante ellos el horizonte que se les presenta, pero al quedar fuera del campo visual de la misma se convierte en metáfora sobre el futuro de los modelos.
¿Quién es el caballero que acompaña a Alan Glass en ese retrato? En ese lugar vivía Sheila Hicks, allí conoció a Luis Barragán y a Mathias Goeritz, “siempre andaban juntos, los tres, inseparables”.
También se añora en Bellas Artes la obra gráfica por la que Alan Glass es parte de la colección del Met de NY: el portafolio “La unidad del múltiple” con texto de Leonora Carrington, quien le obsequio la jacaranda que vemos en el ya citado video, de poco más de 10 minutos, en los que ocupa-tiene lugar protagónico Fantomas, su mascota, un gato, en realidad una hembra de fino pelaje, como los colores del personaje del cómic.
La llegada de Alan Glass al Museo del Palacio de las Bellas Artes es oportuna pero no por ello hay que dejar de señalar que se demoró mucho, es un reconocimiento que se le quedó a deber en vida, que la alta burocracia cultural, que antecedió a la 4T y su II Piso, no percibió, ni apreció, ni valoró por su trabajo y trayectoria.
El artista murió hace cuatro años, ya no acudió a mirar su obra en tan significativo lugar de la cultura mexicana. Para variar, el catálogo de la muestra no está todavía disponible, y eso que se trata de coedición con la Fundación Jenkins.
Pero a diferencia de los burócratas culturales que las más de las veces siempre decepcionan, Alan Glass lega un corpus de obra que seguirá hechizando-maravillando espectadores porque, como él gustaba decir: en México se puede ser y parecer que no se está. Y donde además él encontró lo que todo artista sueña siempre se haga realidad: un mecenas, Jean de Laborde-Noguez y Calvé, quien le pasó la estafeta a su primogénito, el financiero Carlos de Laborde.
Y esto último no es surrealismo mexicano sino pasión por el arte y coleccionismo por un autor y su obra, aunque en su caso es también el de un refinado coleccionista de arte surrealista. La exposición en Bellas Artes es fruto de ese mecenazgo y hay que quitarse el sombrero.