Alguien me preguntó porque "quiero" a Trump. Le contesté que yo no quiero a los políticos sólo deseo me dejen en paz vivir mi vida en libertad. Pero para eso es importante encontrar un equilibrio en las fuerzas sociales y los intereses económicos en juego, y en ese juego de equilibrios, según yo Trump nos viene bien en este momento, punto.
La política, ese juego milenario de poder, influencia y control, ha sido desde siempre un espejo de la naturaleza humana. Un reflejo no siempre agradable, pero necesario para entender por qué, en el fondo, no se trata de amor por el equipo sino de conocimiento de tu propia naturaleza. Y es que la política, lejos de ser un espacio para el altruismo, es un campo de batalla donde el egoísmo, la ambición y la supervivencia dictan las reglas. Y la ley no necesariamente se respeta, aunque se navega con ella.
Tu naturaleza con poder vertical
El ser humano, por naturaleza, tiende a buscar su propio beneficio. Esta afirmación, que puede sonar cínica, es la base sobre la que se construye gran parte de la dinámica política. Las leyes y las estructuras de poder, aunque diseñadas para garantizar el bien común, operan equívocamente, en mi opinión, en un andamiaje jurídico vertical donde unos pocos egos toman decisiones que se enfocan en estos juegos y afectan a los demás. Este sistema, inevitablemente, genera un desequilibrio: quienes están en la cima tienen más que perder (o ganar) que aquellos en la base.
En este contexto, es ingenuo esperar que un político actúe por el bienestar de los demás salvo en juegos de percepción. La política es, en esencia, un juego de intereses, y en este juego, tu bienestar, querido lector, no es la prioridad, a menos que coincida con los intereses de quienes detentan el poder. La idea de que un líder altruista, al estilo de Buda o Jesucristo, llegue al poder es, por ahora, una utopía. La mercadotecnia política puede venderte la imagen de un salvador, y tú ingenuo creértela, pero la realidad es que nadie llega a la cima sin hacer concesiones, sin engañar o negociar y, en muchos casos, sin sacrificar ideales en el camino. Y hoy en día, hasta sin obedecer a intereses criminales.
El engaño de las narrativas y las dádivas
En el mundo electoral, las personas suelen apasionarse y tomar partido por una opción u otra. Se debaten, defienden ideologías y creen fervientemente que su candidato o partido es "el bueno". Pero la cruda verdad es que ninguna opción política está ahí para resolver tus problemas personales. Están ahí para venderte una historia, una narrativa que justifique su existencia y, sobre todo, tu control y desde ahí ejercer algunas acciones que podrían ayudar más o menos al bien común incluyendo "regalar" lo que no es suyo.
Las dádivas, esos pequeños favores o beneficios que los políticos otorgan, no son más que herramientas de control. Un bono aquí, un subsidio allá, son migajas que buscan mantenerte tranquilo, sumiso y, sobre todo, dependiente. Y cuando estas dádivas no son suficientes, el sistema tiene otros métodos: la exclusión, la marginación, o en casos extremos, la eliminación de quienes representan una amenaza.
Hay que reflexionar sobre la naturaleza de la política y cómo, al entenderla desde una perspectiva más crítica, podemos evitar caer en idealizaciones peligrosas. La política no es un cuento de hadas, aunque algunos se enriquezcan, pero entender sus reglas nos permite navegarla con mayor claridad, serenidad y pragmatismo. Más allá de "unirnos para exigir" que suena muy lindo, mientras no se cuente con un andamiaje jurídico horizontal donde más actores decidan y mientras no subamos nuestro nivel de consciencia personal, seguiremos proyectando el abuso como resultado de la disputa del poder.
¿Por qué defendemos a los políticos?
Llama la atención que, a pesar de todo esto, las personas sientan un amor casi fanático por ciertos políticos o ideologías. Los defienden, los idealizan y creen que son "mejores" que los demás. Pero la realidad es que todos navegan en las mismas aguas tormentosas, buscando establecerse y asegurar su supervivencia en un sistema que premia a los más astutos, no a los más bondadosos.
Este fenómeno se explica, en parte, por la necesidad humana de creer en algo o alguien. La política, al igual que la religión, ofrece un sentido de pertenencia y propósito. Pero mientras que la religión apela a lo espiritual, la política juega con lo terrenal: promesas de un futuro mejor, esperanzas de cambio y, sobre todo, la ilusión de que alguien más se hará cargo de tus problemas.
Al final del día, la política es un juego de supervivencia. Los políticos no son héroes ni villanos; son seres humanos que, como todos, buscan su propio beneficio, mientras te informan lo que quieres escuchar o lo que "convenga". Algunos lo harán con más ética que otros, pero ninguno está exento de caer en las tentaciones o realidades del poder en un mundo de bajo nivel de consciencia. Entender esto es clave para no caer en la ingenuidad de creer que un político, por muy carismático o bienintencionado que parezca, está ahí para salvarte.
La próxima vez que te encuentres debatiendo apasionadamente sobre política, recuerda: al político no se le ama, sólo se le entiende. Y entenderlo significa ver más allá de las narrativas, las promesas y las dádivas. Significa aceptar que, en este juego, tu bienestar no es la prioridad, pero que, aun así, puedes jugar tus cartas buscando que las fuerzas políticas se equilibren para no salir perdiendo porque entre más poder tiene una fuerza más abuso en su ego natural van a generar al conjunto de la sociedad. Al fin y al cabo, la política no es más que un reflejo de nosotros mismos: imperfecta, egoísta y, en el fondo, profundamente humana.
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El autor es ingeniero civil, urbanista, analista urbano, experto en movilidad y gestión del desarrollo sustentable, y presidente del consejo consultivo del Instituto de Movilidad y Accesibilidad de Nuevo León (IMA).