Diputada Lorena de la Garza Venecia
Presidenta del Congreso del Estado
Cada 23 de mayo, México celebra el Día del Estudiante, una fecha que rinde homenaje a la energía, curiosidad y compromiso de millones de niñas, niños y jóvenes que se preparan para transformar su entorno. Pero para muchas madres como yo, esta fecha va más allá de la efeméride; es una oportunidad para reflexionar sobre el tipo de educación que estamos construyendo para nuestros hijos, y sobre el papel fundamental que la tecnología juega —o debería jugar— en ese proceso.
Soy mamá de Ana Pau y Leo, dos pequeños con sueños grandes. Como ellos, hay miles de niñas y niños que serán los ciudadanos del mañana, y es nuestra responsabilidad asegurar que tengan acceso a una educación que los prepare no solo para el mundo que hoy conocemos, sino para el que está por venir. Vivimos en una época de avances tecnológicos acelerados, donde la inteligencia artificial ya no es un tema de ciencia ficción, sino una herramienta que está transformando la forma en que aprendemos, enseñamos y convivimos.
La educación del siglo XXI no puede seguir siendo la misma de hace décadas. Debe ser equitativa, personalizada, y sobre todo, humana. Las plataformas impulsadas por inteligencia artificial pueden convertirse en grandes aliadas si se usan con criterio, pueden adaptar los contenidos al ritmo de cada estudiante, liberar tiempo para que los docentes se concentren en la parte más valiosa de su labor, como es el acompañar, motivar, guiar y abrir ventanas de conocimiento en comunidades que hoy viven rezagadas.
Pero como madre, me preocupa que esta transformación se dé sin una brújula ética y sin un compromiso real del Estado. La brecha digital, el acceso desigual, la falta de capacitación docente y la sobredependencia tecnológica son riesgos que no podemos ignorar. La IA no reemplaza el cariño de una maestra, ni enseña por sí sola empatía, solidaridad o pensamiento crítico. Eso lo hacemos nosotros, las familias, las escuelas, la sociedad.
Este Día del Estudiante debe ser una llamada a la acción. No basta con celebrar. Hay que garantizar que cada niña y niño tenga la oportunidad de aprender con dignidad y con futuro. Porque educar, en tiempos de inteligencia artificial, es más que enseñar tecnología; es formar seres humanos capaces de usarla para el bien común.
Invertir en educación es cuidar lo más valioso que tenemos, nuestros hijos. Y no hay mejor legado que ofrecerles un mundo donde aprender sea un derecho, no un privilegio.