Peque de incrédulo cuando escuché por primera vez la ocurrencia de someter a elección popular al Poder Judicial, me pareció una insensatez que rallaba en lo estúpido.
Como profesionista del derecho y litigante conozco lo blanco, lo negro y los matices del sistema judicial. Más de un siglo de jurisprudencia construida con errores y aciertos en los que los justiciables han probado las mieles y las hieles de la justicia.
Un sistema en constante evolución que en las últimas décadas privilegió el mérito profesional de sus integrantes como una de las más importantes condiciones para acceder a la carrera judicial y escalar en su jerarquía, una circunstancia en la que hubo excepciones, aunque creo fueron las menos.
De la incredulidad pase a la sorpresa cuando fue presentada la iniciativa reformadora, aseguraba que no se trataba más que de una vulgar propuesta para amedrentar a sus destinatarios, a la SCJN y sus ministros que no eran del agrado de AMLO. Duró poco la sorpresa para convertirse en incertidumbre acerca del destino del último
resquicio que quedaba de lo que antes era la República y sus tres poderes. La iniciativa fue aprobada en fast track y con ello la incertidumbre se tornó en desgracia, el Poder Legislativo puso un clavo más al ataúd.
El ministro chicharrón, dora la transformadora y la ministra del pueblo son el claro ejemplo del espectáculo barato, resultado de una ridícula tómbola que decidieron implementar los legisladores de la 4t que como de costumbre aprobaron la reforma judicial sin moverle una sola coma, tal y como les fue ordenado.
Como anillo al dedo volvió a caer otra desgracia a México, la batalla arancelaria como en su momento la COVID, han sido aprovechados por quienes dirigen el destino del país, convirtiéndolos en grandes distractores mientras su proyecto avanza, destruir instituciones y apoderarse de los tres poderes.
En un par de semanas México será testigo mudo del último clavo colocado al ataúd de la democracia, con la farsa de la jornada electoral, el Poder Judicial quedará a merced del Ejecutivo en turno y sus integrantes pasarán a su nómina como simples empleados que estarán atentos a cumplir instrucciones.
No asistiré a las urnas, no votaré porque no pretendo poner un clavo más, ni falta que les hace. Mas allá de lo que los ingenuos suponen cuando proponen derrotar al sistema acudiendo a votar por aquellos candidatos que no fueron seleccionados por la 4t, estoy seguro de que una votación copiosa solo dará legitimidad a un proceso que nació muerto, a una farsa que necesita precisamente ser convalidada en las urnas.
Una jornada electoral democrática significa una celebración, el 1 de junio será todo lo contrario, presenciaremos un funeral, el de la independencia del Poder Judicial, no entiendo que celebran.
Todos sin excepción padeceremos las consecuencias de un acto tan antijurídico como antinatural. Una vergüenza nacional.