Hay un estancamiento económico en el país desde el sexenio lópezobradorista. Lo anterior es de esperarse, ya que tenemos crecientemente factores políticos que hacen muy difícil –y lo harán aún más– el crecimiento económico en los años por venir. Si López Obrador buscaba un pasado idílico, bien nos pudo haber llevado a un pasado pre-capitalista.
La Revolución Industrial y el desarrollo del libre mercado trajeron consigo el fin de los valores sociales asociados al feudalismo. Si en la Edad Media el nepotismo, la coerción y la falta de movilidad social eran esenciales para que funcionara el sistema feudal, esos mismos valores iban en contra del funcionamiento del libre mercado. ¿Cómo podría funcionar una economía abierta si se seguían manteniendo los clanes familiares, si el Estado podía aplicar su fuerza sin mayor consecuencia, si las clases acomodadas existían en un mar de ignorancia y pobreza? El capitalismo destruyó esos legados medievales. Sin embargo, no los eliminó por completo.
López Obrador criticó la falta de crecimiento económico, prometiendo tasas del 6% anual. Sin embargo, sus políticas e idiosincrasia lo hicieron imposible. Las oligarquías políticas, aunque siempre presentes, tuvieron amplia licencia para operar bajo el amparo de Morena, producto de la irrestricta bienvenida de López Obrador y su silencio absoluto ante sus abusos. Nada lo representa mejor que su hijo Andy, quien tuvo un “cargo honorífico” en el Tren Maya, cosechó negocios con el cobijo del poder y acabó a cargo del partido político de su padre. Por otra parte, López Obrador le dio crecientes facultades a las Fuerzas Armadas, así como oportunidades de negocio. Basta recordar que se llevó a los titulares de Defensa y Marina a Cuba, para que aprendiesen de los oficiales cubanos a ser empresarios. Y, por si fuese poco, hubo constantes burlas y amenazas al sector empresarial, y solo aquellos empresarios que no cuestionaron fueron recompensados. El ejemplo claro fue la cancelación del NAIM, el silencio empresarial, y la retribución con el Tren Maya y demás contratos públicos.
El sexenio pasado acabó con los peores niveles de corrupción en los últimos 30 años, según Transparencia Internacional. Hoy en día, el proceso de destrucción institucional continúa. Asimismo, no habíamos tenido tales grados de intervención militar en la vida pública del país en décadas. Hoy en día, las reformas en materia de seguridad de la presidenta Sheinbaum no han prosperado ante la oposición de las Fuerzas Armadas por entregar ciertas áreas de inteligencia del Estado mexicano. Finalmente, han desaparecido los organismos constitucionalmente autónomos que regulaban partes sustanciales de la economía mexicana. Hoy en día, no hay reglas de competencia y regulación económica para los empresarios, sino acceso al poder.
Hubo, y continúa habiendo, impunidad total para las oligarquías políticas. Las Fuerzas Armadas intervienen en la economía y la vida pública del país. Hay una lógica de recompensas desde el poder político hacia la clase empresarial. Y, que no se nos olvide: las clases medias se convirtieron en “aspiracionistas sin escrúpulos morales”; la contrarreforma educativa relegó las ciencias duras y las matemáticas; el trapiche se convirtió en ejemplo de austeridad virtuosa; y las imágenes religiosas fueron escudo ante la pandemia. Inevitablemente, hay un estancamiento económico no visto desde el sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado.
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