“En México un grupo ha confiscado todos los poderes. Las instituciones están secuestradas. No hay democracia ni Estado de derecho”, tuit de AMLO el 7 de noviembre de 2009, se vuelve a repetir la historia, esa de la que él tanto renegaba y ahora celebra como protagonista.
El resultado no fue novedad, ganaron los candidatos oficiales, la corte integrada por los afines al gobierno resultado de acordeones y acarreos.
Todos pagaremos el precio de esta infamia incluyendo a quienes formaron parte de ella, es cuestión de tiempo. El turno llegará a todos cuando como demandantes o demandados, víctimas o acusados padezcamos la angustia de ser sometidos a un sistema judicial que responderá a quienes debe gratitud y obediencia porque de ellos dependerá la permanencia de su fuente de trabajo y por consecuencia la interpretación que harán de la ley.
Que ironía nos obligaron a votar a ciegas para que ellos devolvieran la vista a quien debía vivir ciega. Quitaron la venda de los ojos con que la diosa de la justicia fue representada por los griegos como garante de imparcialidad y neutralidad.
Destruyeron la balanza cargada por la mano izquierda de la misma diosa como símbolo de equilibrio, ese que buscaba el justo medio para dar a cada quien lo que merece, esa balanza que pretendía que los responsables de los actos y los hechos justiciables se apegaran a la norma.
La espada en la mano derecha apuntando hacia abajo representando la fuerza del Estado contenida pero lista para ser usada en caso necesario, será ahora empuñada por ambas manos hacía arriba, lista para caer sobre su víctima, como la espada de Damocles, una amenaza constante.
“Inédito, impresionante, maravilloso y democrático” fueron los adjetivos con los que desde la presidencia calificaron el 13 por ciento de participación que obtuvo el proceso electoral, esa es la narrativa con que construyen su victoria sin considerar que 1 de cada 10 empadronados despreciaron participar en un proceso tan vergonzoso como su resultado.
Muchos reprochan el gasto multimillonario que implicó este ejercicio, miles de millones de pesos fueron derrochados para un resultado tan pobre, pero nada es comparable con el costo intangible que tiene el retroceso del Estado de derecho.
La libertad de los juzgadores y la certeza de quienes acuden a ellos son intangibles.
Cualquier interés contrario al de quienes ostentan el poder será sometido a juicio desde una perspectiva sesgada por la parcialidad de quien tomará la decisión, teniendo que optar entre la permanencia de su cargo o dar la razón a quien está en conflicto con el poderoso.
Quienes hoy celebran el triunfo olvidan que la política es como la rueda de la fortuna y quizá más pronto que tarde sean víctimas de un sistema judicial “democrático y maravilloso” al que acusaran con los mismos argumentos que como hace 16 años lo hizo AMLO. Carniceros hoy, reses mañana.